Por: Diego Londoño.
"Me da mucha pena lo que hice, al saber que Santa Fe ha ganado mucha hinchada infantil y a nosotros los jugadores nos reconocen como ídolos, eso es algo de lo que más me duele, yo no quiero hacerle daño a la sociedad, a nadie del ámbito deportivo y menos a los niños". Gerardo Bedoya.
No señalaré a Bedoya como una “mala” o una “buena” persona.
Somos seres de matices y no me corresponde, en absoluto, usar adjetivos de
forma indiscriminada e irresponsable cual juez moral. Mi comentario se reducirá
a analizar las acciones, que merecen una evaluación rigurosa, independiente de
quien las cometa y de quien las reciba.
No le hacen bien al fútbol, al juego limpio dentro y fuera
de la cancha, las entradas descalificadoras como las de Gerardo Bedoya ante
Johnny Ramírez. Tampoco son apropiadas las validaciones del propio agredido de
acciones como las protagonizadas por ambos futbolistas antioqueños en el
clásico bogotano.
Fue bastante clara la actitud de Bedoya, en ambas
agresiones. No hay justificación para gestos antideportivos como el codazo y el
golpe en la cara una vez tendido en el terreno de juego. Es apenas digno
cuestionar la segunda entrada, pero sin caer en el error de calificar como “no
grave” a la primera. Distintos medios del país y el mundo han cuestionado ambas
acciones, postura muy pertinente, por lo que no enfocaré mi
reflexión hacia ese aspecto.
Desconozco la intención de Ramírez al justificar a Bedoya,
pero podrían intuirse algunos asuntos con base en sus declaraciones a distintos
medios. No sé si es presa del imaginario,
más bien generalizado, del fútbol como expresión de virilidad, mediante el uso excesivo
de la fortaleza física (incluyendo el llegar a ver la agresión como camino
aceptable). Tampoco podría asegurar que se trate de una declaración diplomática
de solidaridad hacia un amigo o colega con quien existe empatía por razones
diversas como la posición en la cancha o afinidad en el estilo de juego.
Entraríamos en el plano de la simple especulación al afirmar tajantemente ésas
u otras hipótesis del porqué Johnny Ramírez salió en defensa de su agresor.
La primera opción esgrimida, el imaginario de la violencia
como expresión de masculinidad, tiene sustento en expresiones de Ramírez, luego
del incidente, como “…esas cosas pasan en partidos como estos, porque los
clásicos son a muerte y él es un guerrero, así como yo.” Esa expresión
merecería un análisis crítico, considerando lo grave que ha resultado la
instauración de la idea del fútbol como escenario de violencia y con la
exageración de la competencia, del triunfo y la derrota vistos como vida y
muerte.
El lenguaje construye realidades. El contenido bélico de la
citada afirmación del jugador de Millonarios no es un hecho menor, considerando
el impacto que produce en cientos y hasta miles de espectadores que lo ven como
referente. No profundizaré en la evaluación de las expresiones de Ramírez, pero
sí tengo nuevos indicios para cuestionar hasta qué punto los clubes están
considerando la formación a sus deportistas y en cómo sus palabras (no
únicamente refiriéndonos al caso actual), muchas de ellas dichas de manera
inocente y sin ninguna mala intención, constituyen un desencadenante de la violencia
frecuente que se registra en carreteras, calles, estadios y hasta en muchos
hogares del país.
Mi pretensión no es, como lo expresé con Bedoya, darle calificativos destructivos a Ramírez. Simplemente aprovecho esta oportunidad, que se presenta en
muchas ocasiones en el deporte (y muchísimas en el fútbol) para propiciar una
construcción de un aspecto que genera violencia y que bien podría ser una
oportunidad para aportar a la formación cultural de los espectadores del
balompié. Es absurdo que se aplauda a un jugador luego de ser expulsado
justamente como Bedoya, tras entradas como las descritas; también es irresponsable
el justificarlo, así venga de quien directamente lo padeció.
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