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lunes, 24 de septiembre de 2012

Sobre el caso Gerardo Bedoya- Johnny Ramírez


Por: Diego Londoño. 

"Me da mucha pena lo que hice, al saber que Santa Fe ha ganado mucha hinchada infantil y a nosotros los jugadores nos reconocen como ídolos, eso es algo de lo que más me duele, yo no quiero hacerle daño a la sociedad, a nadie del ámbito deportivo y menos a los niños". Gerardo Bedoya. 

No señalaré a Bedoya como una “mala” o una “buena” persona. Somos seres de matices y no me corresponde, en absoluto, usar adjetivos de forma indiscriminada e irresponsable cual juez moral. Mi comentario se reducirá a analizar las acciones, que merecen una evaluación rigurosa, independiente de quien las cometa y de quien las reciba.

No le hacen bien al fútbol, al juego limpio dentro y fuera de la cancha, las entradas descalificadoras como las de Gerardo Bedoya ante Johnny Ramírez. Tampoco son apropiadas las validaciones del propio agredido de acciones como las protagonizadas por ambos futbolistas antioqueños en el clásico bogotano.

Fue bastante clara la actitud de Bedoya, en ambas agresiones. No hay justificación para gestos antideportivos como el codazo y el golpe en la cara una vez tendido en el terreno de juego. Es apenas digno cuestionar la segunda entrada, pero sin caer en el error de calificar como “no grave” a la primera. Distintos medios del país y el mundo han cuestionado ambas acciones, postura muy pertinente, por lo que no enfocaré mi reflexión hacia ese aspecto.

Desconozco la intención de Ramírez al justificar a Bedoya, pero podrían intuirse algunos asuntos con base en sus declaraciones a distintos medios. No sé si es presa del imaginario, más bien generalizado, del fútbol como expresión de virilidad, mediante el uso excesivo de la fortaleza física (incluyendo el llegar a ver la agresión como camino aceptable). Tampoco podría asegurar que se trate de una declaración diplomática de solidaridad hacia un amigo o colega con quien existe empatía por razones diversas como la posición en la cancha o afinidad en el estilo de juego. Entraríamos en el plano de la simple especulación al afirmar tajantemente ésas u otras hipótesis del porqué Johnny Ramírez salió en defensa de su agresor.

La primera opción esgrimida, el imaginario de la violencia como expresión de masculinidad, tiene sustento en expresiones de Ramírez, luego del incidente, como “…esas cosas pasan en partidos como estos, porque los clásicos son a muerte y él es un guerrero, así como yo.” Esa expresión merecería un análisis crítico, considerando lo grave que ha resultado la instauración de la idea del fútbol como escenario de violencia y con la exageración de la competencia, del triunfo y la derrota vistos como vida y muerte.

El lenguaje construye realidades. El contenido bélico de la citada afirmación del jugador de Millonarios no es un hecho menor, considerando el impacto que produce en cientos y hasta miles de espectadores que lo ven como referente. No profundizaré en la evaluación de las expresiones de Ramírez, pero sí tengo nuevos indicios para cuestionar hasta qué punto los clubes están considerando la formación a sus deportistas y en cómo sus palabras (no únicamente refiriéndonos al caso actual), muchas de ellas dichas de manera inocente y sin ninguna mala intención, constituyen un desencadenante de la violencia frecuente que se registra en carreteras, calles, estadios y hasta en muchos hogares del país. 

Mi pretensión no es, como lo expresé con Bedoya, darle calificativos destructivos a Ramírez. Simplemente aprovecho esta oportunidad, que se presenta en muchas ocasiones en el deporte (y muchísimas en el fútbol) para propiciar una construcción de un aspecto que genera violencia y que bien podría ser una oportunidad para aportar a la formación cultural de los espectadores del balompié. Es absurdo que se aplauda a un jugador luego de ser expulsado justamente como Bedoya, tras entradas como las descritas; también es irresponsable el justificarlo, así venga de quien directamente lo padeció. 

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