Es interesante usar una práctica masificada como el fútbol
para generar aprendizajes. Desde Hinchas por la paz lo hacemos continuamente, a
través de una metodología denominada Golvivencia, por medio de la cual buscamos
fortalecer la autorregulación para la tramitación de conflictos sociales, el
uso del diálogo como medio para ponerse en el lugar del otro y manejar las
distintas miradas que, sobre una misma acción, pueden surgir dentro y fuera de
una cancha. Entendemos que el fútbol puede ser usado como un medio para enseñar
asuntos valiosos a nivel social, pero considerando el cómo. Por eso sería
interesante conocer a profundidad la aplicación de los textos en los que bien se plantean "los valores del fútbol", conocer el cómo transmitir esos
valores. Por eso proponemos algunos elementos de reflexión que
deben considerarse para evitar que ese objetivo sea eclipsado ante un manejo
inadecuado del fútbol para fines formativos.
No basta con la simple mención de valores que podrían
infundirse a través de la práctica del juego. Es claro que el deporte, y el
fútbol como el más masificado a nivel global, es, comúnmente, una eficaz
herramienta para fortalecer los imaginarios de acciones no deseables a nivel
social, el posicionamiento del todo vale, del ganar por encima del cómo. El
fútbol suele ser un escenario propicio para la generación de ídolos que no
corresponden a modelos integrales de comportamiento, con acciones dentro y
fuera del terreno que, con la doble moral social, son cuestionadas en otros
contextos.
Al deporte se le atribuyen numerosas virtudes y beneficios
sociales con su práctica o su uso como asignatura escolar o extraescolar. Se
suele pensar que su simple oferta como alternativa de ocio constituye una
herramienta pedagógica y se plasma en diversas frases: “el deporte aleja a la
juventud de los vicios”, “el deporte te enseña a ganar y a perder” y muchas
otras de igual grosor. Muchos jóvenes emplean su tiempo libre en el deporte y
no necesariamente él los aleja de sus costumbres poco benéficas a nivel individual
y a nivel social y, más grave aún, allí encuentran la validación a acciones que
afectan a otros en su interacción cotidiana.
“El deporte te enseña a ganar y a perder”: sin lugar a
dudas, el deporte es un escenario propicio para enseñar a asumir dos
situaciones propias del juego y de la vida misma, como ganar y perder. Pero la
sola práctica competitiva, que exige la existencia de ganadores y perdedores,
no implica la inteligencia de los involucrados en sus actitudes ante ambas
condiciones dinámicas y variables: son frecuentes las expresiones de burla del
vencedor al derrotado y, de otro lado, la falta de humildad para reconocer una
derrota y las casi permanentes frases expuestas por los vencidos, buscando
aminorar el valor de los méritos ajenos y la legitimidad de la superioridad (en
ocasiones, no pocas, basados en hechos que así lo certifican, cuando hubo
acciones ilegales dentro del juego que propiciaron un resultado).
Luego de observar a entrenadores, tanto a nivel aficionado
como profesional, que invitan a sus dirigidos a buscar el triunfo por vías poco
sensatas, incluyendo el llamado a lesionar al contrario que exponga mejores
condiciones técnicas, es difícil totalizar la mirada del fútbol como un
contexto repleto de virtudes y un espacio de formación integral humana. En ese
espacio muchos jugadores, niños muchos de ellos, son expuestos a presiones
extremas de sus propios padres y entrenadores, donde el disfrute es eclipsado
por el ganar a costa de lo que sea.
Y ni hablar de los mensajes posicionados a través de medios
de comunicación, ampliando el espectro de lo hecho por los practicantes del
juego al de quienes asumen el rol de espectadores: se exalta al ganador, sin
importar el cómo alcanzó la victoria; se justifica una falta descalificadora,
cuando logró el “objetivo” de impedir la anotación o triunfo del contrario al
de las preferencias del que emite el concepto (ya sea por intereses económicos
propios o del medio específico o por tratarse de un conjunto o individuo de la
región o país del comunicador); se ahonda en la creencia de superioridad de
alguien por un resultado, fortaleciendo la energía competitiva feroz de un
mundo que encumbra a uno o pocos en detrimento de una mayoría abrumadora.
En la misma ruta cuestionable, los aficionados aprueban el
engaño, la simulación, cuando el equipo al que apoyan fue favorecido ante el error
en la apreciación del juez.
El fútbol tendría potencial para educarnos socialmente, para
transmitir mensajes de entendimiento de la otredad de forma constructiva, de
asumir triunfos y derrotas sin pensar que son equivalentes a vida y muerte, a
buscar los objetivos y esforzarse en alcanzarlos respetando los códigos que
implican el relacionarse con otros que buscan fines similares. El asunto radica
en el cómo: si el fútbol, de hecho cualquier deporte, en lugar de favorecer
dichos aprendizajes si no es empleado de forma estratégica y coherente produce
y reproduce todo lo no deseable a nivel social. A través del fútbol muchos han
aprendido que no siempre el simulador es castigado, sino que recibe los elogios
y beneficios del ganar a costa de todo.
¿Serán las actitudes de los futbolistas profesionales de más
alto renombre dignas de imitar por nuestros niños y jóvenes? ¿Los clubes
profesionales contribuyen al entendimiento del rol que, como referentes
sociales, cumplen los jugadores en el mundo? Y yendo más abajo, ¿los
entrenadores de fútbol aficionado cumplen, en un alto porcentaje, en pensar en
el juego como un medio para y no como un fin en sí mismo, plagado de intereses
de reconocimiento, de superar al otro sin mediar un cómo noble. Y, en esa misma
vía, ¿los directivos de las escuelas, clubes o espacios de formación resisten
el pensar en procesos formativos o únicamente acceden a dar continuidad a
quienes logran conseguir trofeos y medallas, independiente del patrimonio
social que aporten o dejen de aportar?
Es un error satanizar el fútbol, como también lo es el
endiosarlo. El fútbol no es bueno o malo en sí: es un escenario en el que se
ponen en evidencia desde las más nobles actitudes hasta las más macabras
ambiciones humanas. Es practicado por humanos y, por ello mismo, tiene tan
diversas interpretaciones y puestas en escena de sus protagonistas, que
visibiliza lo ideal, lo real y lo no deseado en sus múltiples encuentros de 90
o más minutos. Por eso es erróneo endiosar la simple utilización del fútbol
como vía para grandes aprendizajes sociales: como todo contexto requiere de un
análisis crítico para no generar lo contrario a lo propuesto. Por eso el asunto trascendental está en el
cómo: cómo usar el fútbol para, efectivamente, aprovechar las distintas
circunstancias que allí se dan, como juego colectivo, nutrido de situaciones equiparables a
condiciones cotidianas de vida y con una masificación producto de la industria
mediática que lo hace llegar a una cantidad enorme de personas.
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